Doctor en postergación

Poseía un doctorado en postergación, con una tesis que no desistía de defender frente a las sillas vacías de un tribunal. Era un investigador con talento y desde niño supo apañárselas para encontrar cada camino que llevara sus tareas al límite del deber, al confín del tropiezo. Sentía el baile descoordinado entre los pasos de lo que debía hacer, y los pasos a donde su cuerpo le llevaban. Baile de frecuentes pisotones en que los temas más sonados eran el vago y la pereza. Poco a poco fue extendiendo su fogosa pasión por el último momento a cada rincón de lo importante, como si de ello hiciera un sello personal, sin saber, que era en realidad del todo impersonal. De hecho, tan ajeno que estaba lleno de preguntas de otros para darse respuestas de otros. Doctor en postergación, doctor en lo ajeno. Incluso le puso nombre, sintió un gran alivio al saber que en otros idiomas lo que le pasaba, lo que creía que era, tenía un nombre: procrastination. Una suave pomada para el escozor de su extrañeza, para su ausencia de respuestas. Era un chico inteligente, con todo a su alcance y sin llegar a nada que realmente lo satisficiera. Lo único que no postergaba era seguir postergando. Se calmaba pensando que siempre tendría tiempo para perderlo, y que cualquier momento es bueno para retomar la vida, salvo este, pues curiosamente, descargaba de valor todo lo que para él debía ser, si viviera en otra vida, impostergable. Experto en el ahora y desconocedor del mañana, pues mañana era una representación demasiado pesada si iba a sentir más de lo que siente ahora. Tal vez eso postergaba, el mañana… Tal vez nadie le contó de niño que el mañana no se traga, se construye. Rey de los propósitos de enero y septiembre, se daba oportunidades de soñar un principio mejor para sus finales sin demasiado sentido. No le había ido nada mal en lo práctico, después de todo, en gran medida estaba donde estaba gracias a todo esto. Gracias a ser el carro vestido de auriga, y es que los carros ruedan hasta llegar a algún destino, aunque no sea el elegido. Fuerza de voluntad. Disponía de la fuerza, pero no había descubierto la voluntad. Voluntad tiene su origen en la palabra volo, que significa querer en latín. Parecía la métrica precisa de una poesía en la que verso a verso se sentía no traicionar lo que en su corazón había, a la vez que traicionaba las ideas más firmes sobre sí mismo. Ideas a veces, tragadas. Sufría, y sufría mucho por no retrasar seguir sufriendo. Era un dolor casi imperceptible, pero sólo a los ojos del mundo. Como buen investigador y a medida que transcurrían los años, su sospecha de esto ocupaba cada vez más espacio entre los párrafos de sus días. Ya no podía no verlo. Tenía su público y algunos admiraban su enorme habilidad en los trileros de la suerte, en los lazos a las tareas hechas en el último momento. Sus halagos no le colmaban, pues tras su sonrisa y su humilde mostrarse agradecido se escondía una verdad, su verdad, que le hacía sentir una extraña soledad. Un sordo y profundo dejadme en paz sudaba de cada dejar estar, o más bien, en cada dejar de ser… que rápidamente secaba con las viejas toallas de la culpa. Sus actos gritaban lo que su garganta aún no sospechaba poder pronunciar, como si sus cuerdas vocales necesitaran conocer sus motivos para hacerse vibrar. Y los tiene. Y lo hará, si es que ese es su deseo.

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